sábado, 8 de enero de 2011

Vergüenza social.

Había visto cómo todo el universo giraba en torno a algo inexistente y estático, que obligaba a todos a encorvarse y a aferrarse con violencia al suelo.
Había visto de cerca la locura del hombre, las miradas ferreas de toda esa gente que, puño en alto, gritaba utopías intentanto convencer al resto, tal vez, de una sociedad menos mecanizada.
Había visto ánimo y moral, creencias e ideologías salir disparadas frente a un furgón de policía, caras tapadas, manos de lucha.
Había observado la estaticidad de los jóvenes ante un ¡hurra! quizá símbolo de la reciente masacre ya prometida, estadio redondo, españoles de pecho y bandera, hombres y mujeres embaucados y vestidos para, qué menos, un domingo de espectáculo sangriento en la plaza de toros.
Los había visto doblar la esquina a toda prisa, y mostrar muy alto el color rojo de sus manos. Su rabia, desesperación y espíritu guerrero por limpiar toda la porquería corrosiva de las miradas del público.
Se había expuesto, como tantos otros, rostro tapado y pelo cubierto, en lucha de lo que creía elecciones privativas, violencia extrema, represión y vergënza social.

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